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domingo, 26 de julio de 2009

Otra tarde de chocolate

Reunirnos en la casa de mis abuelos los domingos a la tarde, era un clásico para mi familia. Tal vez por no coincidir en horarios o porque los mayores trabajaban gran parte del día, prácticamente no nos veíamos durante la semana, pero el domingo los preparativos en aquella casa comenzaban desde muy temprano.
Mi abuela se regocijaba vistiendo la amplia mesa con un mantel blanco bordado por sus propias manos. Con gran ansiedad aguardaba el momento en que irrumpiéramos y que según sus palabras, desterraba el mutismo de la silenciosa residencia que iba tomando vida a medida que llegábamos.-
Los saludos entre primos, sobrinos y tíos parecían no tener fin y los más pequeños competíamos por ganar un lugar en la falda de la abuela o en los brazos del tata. Ambos eran muy cariñosos y nos daban todos los gustos, motivo por el que a veces nuestros padres rezongaban; pero ellos hacían oídos sordos y además lo disfrutaban.
El chocolate caliente perfumaba toda la casa y las tortas parecían acomodarse en sus bandejas tratando de lucir más lindas; pero había una que era especial, la que dejaba salir desde su centro, un puñado de cintas de colores que caían a su alrededor. Aquella torta de chocolate se dejaba para el final siendo el deleite de los más pequeños.-
Mis primos y yo recorríamos la casa en busca de la sorpresa, que sabíamos, nuestros abuelos nos tenían preparada. La misma se repetía domingo tras domingo, por lo que ya la conocíamos, pero igual nos encantaba.-
Levantábamos almohadones, mirábamos detrás de las puertas, debajo de las alfombras y revisábamos cuidadosamente los jarrones, hasta que uno de nosotros alertaba a los demás con un grito triunfal “¡Aquí están! “ En una loca carrera llegábamos hasta allí, para que el mayor, que apenas tenía seis años y ya sabía leer, repartiera riquísimos chocolates rellenos que mi abuela había preparado y etiquetado con el nombre de cada uno de nosotros. Nos sentábamos en la amplia escalera de mármol que daba a las habitaciones, y disfrutábamos saboreando la golosina tan esperada.-
Luego el gran momento, el chocolate humeante en las tazas era la señal de que en instantes más, partirían la torta especial, la decorada con cintas de colores.-
Entre quejas y empujones, los más chicos rodeábamos la mesa y cada uno tomaba el extremo de una cinta; a la cuenta de tres y mediante alguna advertencia por parte de algún adulto, tirábamos suavemente con temor de que la torta se desmoronara.
Los gritos y las risas no se hacían esperar y a quien le quedaba la cinta trancada daba saltos de alegría por ser el favorecido. Entonces aparecía mi abuelo haciendo una especie de entrada triunfal, sosteniendo una bolsa de chocolates para el ganador y silenciando las protestas de las madres por tanta golosina con una sola frase “ Ustedes a educarlos; nosotros a malcriarlos”.- Entre besos y abrazos, había llegado a su fin, otra tarde de domingo en la casa de mis abuelos; otra tarde de chocolate entre mis más dulces recuerdos.-


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