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sábado, 1 de agosto de 2009

La poca cabeza de mis padres

¿Quién entiende a los adultos? Hablan de muchas cosas; a veces incongruencias, pero ¿cuál es el verdadero sentido de lo que se dice metafóricamente hablando? ¿Cómo sería la vida vista a través del simple criterio de un niño?
Esa tarde Pablito jugaba en su habitación y tenía orden de su mamá de no salir de allí, por encontrarse afectado por un fuerte catarro. De pronto, escuchó que sus padres mantenían una conversación al otro lado de la habitación y algo llamó su atención.

- No lo puedo creer ¿dónde tenés la cabeza?- dijo la madre; a lo que el padre respondió:
- No me hagas reír, yo no tendré cabeza pero tú la tienes en los pies
Pablito trató de interpretar tan extraña conversación para poder entender la situación, pero pensó que debía tratarse de un raro juego, donde el papá debía esconder la cabeza y su mamá tenía que encontrarla.
Sin dar demasiada importancia al asunto, el niño continuó con el armado de un fuerte que había recibido recientemente como regalo por su cumpleaños número cinco. Puso extremado cuidado en formar las columnas de soldados y se concentró en cubrir todos los puestos de vigilancia.

En la otra habitación, el diálogo entre sus padres fue subiendo de tono hasta convertirse en una discusión. Pero éste no era el razonamiento de Pablito, que continuaba creyendo que se trataba de un inocente juego.
- ¡No me llames cabeza hueca, porque tú eres un descerebrado. - increpó su mamá, a lo que el papá exclamó: - ¡Quién no tiene la cabeza bien puesta eres tú!
Pablito dejó de jugar y se sorprendió ante la confusa situación. Sus padres ya no jugaban, solo se recriminaban entre sí. Aparentemente y a su entender, a su papá se le habría ido la mano y no podía acomodar la cabeza de su madre, que ahora la llevaba en los pies. Seguramente ella habría tomado represalias y le habría quitado el cerebro.
Pablito estaba horrorizado, pero tenía orden de no salir de su habitación y no lo haría justo ahora que seguro, no era el mejor momento. Atemorizado, pegó su cabecita a la pared contigua para escuchar con claridad lo que sucedfía. De pronto su mamá vociferó: - ¡Lo único que sabes hacer es procurarme dolores de cabeza!
- Pobre mamá - pensó el niño - no puede siquiera tomar aspirina, porque si su cabeza está hacia abajo, el agua del vaso se le derramará encima. - Hubo otro grito; esta vez era su papá:

-¡Deja de regañarme que Pablito te escuchará! es muy pequeño y no debemos llenarle la cabeza.
Con ese comentario el niño se sintió más aliviado y decidió terminar tan dramática situación. Despacio, titubeante, pero más tranquilo, se acercó a la puerta que lo separaba de sus padres y en un impulso de coraje la abrió de par en par.
Allí estaban sus progenitores, que para su sorpresa, ambos tenían la cabeza donde debía estar, sobre sus hombros.
Pablito pasó del incipiente alivio a la inesperada desilusión, al descubrir una vez más, que la mayoría de las veces, los adultos dicen una cosa y terminan haciendo otra.


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