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jueves, 6 de marzo de 2008

El Circo llegó al pueblo (cuento)


"Las Tablitas" era un pequeño pueblo de tardes silenciosas, donde nada parecía perturbar la tranquilidad de su gente, pero ese otoño sería diferente. Sus angostas calles se habían vestido de fiesta a la espera de la ocasión, y daban paso a la algarabía que ya se dejaba sentir; porque el Circo de “Don Seguro” había llegado al lugar para convertirse en el gran acontecimiento. Eugenio, un hombre que lo tenía todo en cuanto a bienestar se refiere, vivía sólo, y con frecuencia se sentía muy aburrido. La vida se había vuelto rutinaria luego de la muerte de su amada esposa, con la que había compartido los últimos treinta y cinco años. Nada extraordinario le había sucedido desde aquel día en que le diera el último adiós. El Circo de “Don Seguro”, parecía tener una especie de magia para la gente del pueblo, pero esto ocurría por la monotonía a la cual estaban acostumbrados en aquél lugar. Tal situación le daba un brillo especial al acontecimiento, atrayendo cada vez más a los curiosos.Eugenio no era la excepción, así que se vistió de prisa; cambió sus viejas zapatillas por los clásicos zapatos de domingo, acomodó su delgada corbata y hacia el Circo se dirigió. En realidad no le interesaba demasiado el espectáculo, pero tenía curiosidad por ver tanta variedad de animales. Ya de camino, pensó que si iba por la parte de atrás, podría observarlos más de cerca; era una fantástica oportunidad, así que apuró el paso y no se detuvo hasta llegar. La gran carpa de color naranja, era la más grande que había visto; tenía luces y banderines de colores, que atravesaban la calle de lado a lado. Los vendedores ambulantes se amontonaban en la entrada; ellos también querían disfrutar del espectáculo. La música no lograba apagar las risas y el asombro era un punto y coma entre la euforia y el alboroto. Al llegar, Eugenio vio a “Don Seguro”, un hombre regordete de mejillas rosadas, que daba la bienvenida agitando un sombrero, al tiempo que anunciaba a viva voz, que la función estaba por comenzar. Pero la intención de Eugenio no era entrar al circo; había llegado hasta allí con el afán de ver a los animales, así que hizo caso omiso de aquel anuncio por parte del dueño del Circo y caminó por el costado de la carpa, en dirección a la parte trasera. Grande fue su sorpresa cuando vio a aquel animal de enormes dimensiones; un viejo y amigable elefante que intentaba soltar su pata amarrada a una cadena de gruesos eslabones. Eugenio siguió buscando con la mirada y sus ojos se detuvieron frente a la jaula de un viejo león con pocos dientes, que era la estrella del circo y esperaba turno para salir a escena. Los más inquietos eran los monos, toda una familia de simios que se preparaba para hacer de las suyas. Eugenio se sintió como un chiquillo recordando anécdotas fantásticas, casi se olvidó de su edad, montó una pierna por el alambrado que separaba la carpa de las jaulas, para acercarse aún más a aquellos chillones que no paraban de hacer monerías. Buscó en los bolsillos y decidió compartir sus golosinas con esos deliciosos personajes. Comió un caramelo y partió los tres restantes; se acercó un poco más y luego de un breve monólogo con los monos lanzó los trozos en forma de lluvia, hacia adentro de la jaula. La simpática situación pronto se transformó en un caos. Los monos saltaban de un lado a otro y gritaban frenéticamente, hasta que entre la confusión y el apuro por alejarse de aquel lugar, Eugenio movió involuntariamente la improvisada tranca de la jaula y los cinco monos escaparon en una loca carrera, rumbo quién sabe adonde. De igual forma se alejó Eugenio, que lo único que deseaba, era salir de allí lo antes posible.Agitado y con el último aliento llegó a su casa. Podía imaginar claramente lo enojado que estaría “Don Seguro”. Decidió entonces que lo mejor sería acostarse y dormir, como para olvidar lo sucedido. No resultó así; las preguntas se apilaban en su mente y los pensamientos fluían más rápido de lo que era capaz de razonar. Pensó por un momento, que si lo habían visto ya habrían dado aviso a la policía y pronto lo vendrían a buscar. Las horas pasaban y no podía dejar de pensar en el lío en que se había metido. Sintió vergüenza. Se consideraba un hombre de pocas palabras y reputación intachable, pero ésta vez, el destino le estaba jugando una mala pasada. ¿Qué más le podría ocurrir? quizás al salir de su casa, los vecinos, los mismos que tan cordialmente siempre lo saludaban, ahora lo señalarían con el dedo convirtiéndolo en el comentario del día. Pensó en los monos de “Don Seguro”; sueltos por el pueblo, cuál no sería el desastre qué habrían causado. Las horas transcurrieron y el sueño no acudió a la cita. Eugenio lucía demacrado y se encontraba sumido en sus pensamientos, cuando el sonido del timbre lo sobresaltó; dudó unos instantes y finalmente se dirigió hacia la puerta. Allí aguardaba un hombre bien alineado, vestido como para una boda, con un maletín que descansaba a su lado. No lo conocía, pero lo tranquilizó saber que no era “Don Seguro”, el dueño del Circo.- Buenas tardes ¿Señor? - Preguntó el hombre de traje- Eugenio, me llamo Eugenio.- Tranquilo Eugenio, solo voy a hacerle unas preguntas. Seguro sabe lo qué vengo a decirle.- Supongo, creo que sí. - Respondió avergonzado Eugenio- ¡Claro amigo! En pueblo chico el chisme corre ligero,“seguro” se va a alegrar al saber - Exclamóel hombre.- Si, ya lo sé, mire no fue mi..., en realidad yo no tengo...,- Por eso vine Eugenio; para que la tenga. Sabemos que la vida no es fácil. - Bueno, basta de vueltas. - Increpó Eugenio - tal vez podamos llegar a un arreglo.- ¡Eso quería escuchar! Mire amigo, soy hombre de negocios pero si el negocio no es bueno, inmediatamente lo liquido.- No, no, no. - Replicó Eugenio - Dígame que debo hacer ¿“Seguro” no lo sabe?- Claro que sí Eugenio, “seguro” sabe negociar; le voy a vender la mejor aspiradora que haya visto en su vida. Porque el hombre de traje oscuro era solo un vendedor ambulante, pero Eugenio no lo sabía y así entre excusas y confusiones, le compró el electrodoméstico. El hábil vendedor, reconoció de inmediato la presa fácil y siguió intentando su casual y exitosa estrategia.-“Seguro” estará feliz con esta compra - le dijo al pobre Eugenio - pero la satisfacción puede ser mayor si también compra la enceradora. Inmediatamente Eugenio le explicó que no necesitaba encerar porque sus pisos estaban plastificados, pero el vendedor insistía- Vamos hombre, - el vendedor no cejaba - algún día cambiará los pisos; “seguro” lo quiere así.- Bueno, si así lo quiere Seguro podría hacerlo; déjeme también la enceradora.- Me gusta la gente práctica. ¿Sabe qué trabajo da encerar manualmente? Además si no compra la enceradora, deberá esforzarse, hacerlo por mano propia y “seguro” lo liquida.- ¡No por favor! dígame que más le puedo comprar. – Se angustió Eugenio- Bueno, tenemos un radio grabador, ventiladores de techo, estufas, platos de postre, el manual del buen vendedor, agujeros para colador, tablitas para el asado, en fin… El pobre Eugenio le compró todo hasta quedar sin un peso, pero su tranquilidad valía eso y más. Esa noche durmió plácidamente y hasta tuvo bonitos sueños.Al día siguiente, aún no despierto del todo, se sentó en la cama; sacudió la cabeza como para acomodar sus pensamientos y experimentó el alivio de haber dormido tranquilo. Observó a su alrededor y vio un centenar de cajas de todos los tamaños; pero su tranquilidad y su reputación no tenían precio, por lo tanto se sintió complacido.Miró su reloj, se vistió despacio, calentó agua y como todas las mañanas, salió a tomar mate a la puerta de su casa. Allí estaba su vecino que le hizo el siguiente comentario:- ¿Vio Eugenio, ese vendedor que andaba ayer por el pueblo vendiendo de puerta en puerta? Quería vender de prepo el sinvergüenza; algún que otro tonto debe haber caído porque al rato, andaba de copas con tal alboroto, y le contaba a todo el que se acercaba, el éxito de sus ventas.Eugenio escuchaba con mucha atención y sin terminar de entender aquel relato preguntó a su vecino:- ¿Usted se refiere a un hombre alto, de traje oscuro, qué hablaba mucho?- Claro amigo, uno que vendía aspiradoras y que se yo cuantas cosas más.- ¿Pero a ese no lo mandó “Don Seguro”, el dueño del Circo? - Balbuceó Eugenio -- ¡Qué va vecino! Ese es un forastero vaya a saber de dónde, que vino en busca de algún cándido que creyera en su palabrerío y le comprara lo que vendía. Y hablando del Circo, ¿Escuchó esta mañana en la radio lo que pasó con los monos? ¡Qué barbaridad, todo un desastre! Andan buscando al responsable.



1 comentario:

  1. Excelente historia, muy ocurrente...espero leer mas historias tan buenas como esta

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Seguramente tenemos mucho en común. Gracias por dejar tu comentario.