- Hola ¿quién habla?
- ¿Eugenio?
- Si
- Soy José
- ¿Qué dice José, cómo está?
- Bien, bien, lo llamo porque acabo de recibir una carta que me ha dejado perturbado.
Es que desde que doña Matilde se radicó en Suiza con su hijo,hace de esto más de cinco años, nunca se había puesto en contacto conmigo.
Siempre pensé que a este pueblo no llegaría correspondencia desde tan lejos, pero ya ve, llega, así que lo llamo para contarle lo que me dice Matilde en su carta, que me ha sorprendido en gran forma. Entiendo que en Suiza estén muy adelantados y que la tecnología aplicada a la medicina ha logrado progresos increíbles, pero lo que me ha escrito esta señora supera ampliamente la imaginación de cualquier individuo, incluso la mía.
- Pero cuente José ¿qué es lo que le ha dicho?
- Resulta que el hijo de Matilde, aquél que nació con un soplo en el corazón ¿lo recuerda?
- Si, sí lo recuerdo.
- Bueno, mire Eugenio, estoy muy nervioso, creo que será mejor que le lea la carta:
“Montevideo dos de Setiembre de…”
- ¡Vamos José, sin preámbulos hombre! trate de obviar el principio.
- Bueno está bien, iré directo al grano:
“ … Le escribo porque no se a quién acudir. Estoy en un país que no es el mío y no he sabido ganar grandes amigos. Además usted conoce a mi hijo desde que era un niñito y bueno, soy una madre desesperada. Yo sé que mi nene nunca ha sido lo que se dice, derecho, pero las madres queremos a nuestros hijos tal como son.
Todo comenzó cuando fue al hospital a controlarse porque tenía palpitaciones; allí conoció a una chica que trabajaba de doctora. La cosa es que se enamoró de ella como un tonto, pero ella sólo se burló de él; nunca quiso verlo más que como a un paciente ¿me entiende? y lo único que hizo fue arrancarle el corazón”
- ¿Se da cuenta Eugenio, a lo que llegan los médicos?
- Siga José, siga leyendo.
- Continúo:
“Esta situación ha desquiciado a mi hijo y ahora anda dando tumbos por ahí. Si antes no andaba derecho, ¿imagínese cómo anda ahora?. El chico se me tuerce del todo y no sé qué voy a hacer”
- Dios santo José, no se puede creer; usted me deja anonadado.
- Yo me siento abrumado Inocencio. Para colmo, el chico se está torciendo, claro, como no tiene corazón debe producirse un desequilibrio en su cuerpo ¿no?
- Pero dígame algo José, ¿cómo vive el muchacho si no tiene corazón?
- ¿Qué se yo? Mire Eugenio, la ciencia avanza a pasos agigantados y más aún por aquellos lares.
Pero beno, le sigo leyendo:
“...No sabe como me arrepiento de haberme ido de mi país, de mi pueblito querido, porque nada ha de ser peor para una madre que tener un hijo descorazonado. Disculpe usted que le caiga con todas mis angustias, pero siempre lo consideré una buena persona; alguien que sabe escuchar”.
- Dirá leer José, porque se trata de una carta. ¡Ah mujeres!
- ¡No sea tonto Eugenio! Matilde termina mandando saludos a todos los que le conocen; pobre mujer, yo creo que al hijo por ser inmigrante lo han tomado como conejillo de Indias, porque esa técnica debe ser nueva y seguramente la prueban con los de afuera.
- ¡Qué barbaridad José, cómo para no quedar usted trastornado con esta noticia!
- Lo dicho Inocencio. Pensar que yo doné mi corazón el año pasado cuando me operaron de apendicitis, pero habiéndome enterado de que se puede vivir sin él, mañana mismo iré al hospital para que me saquen de la lista de donantes, porque está bien ser humanitario, pero que me lo quiten por gusto no lo voy a permitir.
Leer más...